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Tribuna abierta

Confinamiento, incendios y espejismos

La campaña de incendios de esta primavera y verano ha sido de las mejores que recordamos. Este positivo hecho ha llevado a algunos a pretender encontrar la solución mágica a los incendios forestales: aislar los espacios forestales de los humanos. Como siempre, lo complejo no permite ser abordado con soluciones tan simples.

En primer lugar, hay que recordar que, salvo el noroeste de España, el resto del territorio se caracteriza por un número bajo de igniciones que en el caso de la Comunitat Valenciana es de 300/año de las que una tercera parte son de causa natural por rayo. Las campañas de concienciación, la eliminación de los basureros incontrolados y la mayor vigilancia han reducido el número de incendios desde un máximo de 900/año, cifra que considerando la población e infraestructuras existentes nunca fue alta. Galicia, que es algo más extensa, ha pasado de 10.000 a 3.000 incendios/año.

Pero para que una ignición pueda convertirse en un gran incendio deben concurrir más factores como la continuidad y densidad de combustible, un déficit hídrico importante durante el último año junto a reiterados episodios ventosos de poniente/mestral, una situación meteorológica propicia a los incendios (viento, baja humedad, calor) y orografía adecuada. El combustible lo tenemos en abundancia por el generalizado abandono rural y la orografía depende del punto de ignición. Así, en uno de los dos mayores incendios recientes (Cortes de Pallás, 2012) coincidió una irresponsable soldadura en una carretera al comienzo de un episodio de poniente con 40 kilómetros de alineación perfecta de oeste a este que recorrer el fuego.

En los últimos doce meses hemos batido en la Comunitat récords pluviométricos muy bien repartidos y con solo un período seco en febrero. Los mejores años de incendios en términos de superficie, que es lo relevante, son siempre los húmedos como 1987-89 o 2002 y años secos en el caso de los peores (1994, 2012). Si la vegetación está cargada de humedad difícilmente arderá. Además, ha habido pocas situaciones de poniente ventoso en el último año y ninguna durante el verano, aunque sí olas de calor de sur muy cargadas de humedad en la costa y sin viento. Además, no ha sido un verano muy tormentoso, por lo que la contrapartida de un mayor número de incendios por tormentas secas tampoco se ha dado.

Lo único que ha aportado el confinamiento es la dificultad junto a las lluvias de marzo/abril de quemar los restos de podas que en años con fuertes vientos pueden generar problemas, si bien la solución no es dificultar la agricultura de bancales, ideal para frenar incendios el resto del año, sino aprovechar más racionalmente los restos de poda.

La solución pasa por actuar en la única variable que está a nuestra disposición dado que el ciclo benigno de incendios forestales meteorológicamente hablando no será eterno: adecuar la carga de combustible a la capacidad de extinción con interrupciones bien diseñadas que permitan su actuación. El dramático incendio de Pedrogao en Portugal (2017) que llegó a formar un 'pirocomulonimbus', es decir una tormenta de fuego, fue debido básicamente a acumulaciones de hasta diez veces la capacidad de extinción continuas y que tenemos en amplias zonas de nuestra geografía.

Esta estrategia combina tratamientos selvícolas que reducen densidades, aumentan el agua disponible para las plantas e infiltración, refuerzan la resiliencia frente al cambio climático y perturbaciones, aportándonos bioenergía, biomateriales y empleo en las zonas de interior junto a ganadería extensiva y recuperación de cultivos agrícolas estratégicos. Gestión que se ha implementado en nuestro territorio durante milenios pero que a ciertos sectores produce profundo rechazo alejado de todo contraste objetivo.

Esta respuesta no es solo la que defendemos los forestales, sino que emerge con fuerza del 'shock' que el irresuelto problema de los incendios ha generado en Estados Unidos y muy especialmente en California. La Fundació Pau Costa, reconocida mundialmente como referente en esta materia, trabaja precisamente en ese enfoque estratégico. El clúster español de incendios forestales está en este momento muy bien posicionado internacionalmente tanto desde la perspectiva académica (MasterFuego), investigadora o empresarial.

No descubrimos nada nuevo. Todas las sociedades presedentarias usaban regularmente el fuego para modelar su entorno, optimizar su estructura para la alimentación de sus presas y evitar grandes incendios que pusieran en riesgo su vida y la de sus presas. Ello explica que la vegetación real de los pasados milenios no corresponda con la vegetación clímax que religiosamente veneran los adalides de la no intervención cuyas consecuencias sufren otros -población rural y cuerpos de extinción- existiendo una considerable presencia de gramíneas y de los denostados pinos mejor adoptados a incendios frecuentes, pero poco intensos. Si sabemos que el fuego más pronto que tarde va a llegar, por qué no administrarlo nosotros en la frecuencia y momento adecuado para que comporte el mínimo riesgo y el máximo beneficio al sistema en su conjunto, es decir, aplicándolo como una vacuna.

En definitiva, los paisajes que los occidentales encontramos en Norteamérica y Australia tras la colonización gestionados por las poblaciones aborígenes son fruto de su violenta sustitución por occidentales y han generado un problema de megaincendios que nunca antes habían padecido y que ahora se vuelve a anhelar. La respuesta no es precisamente de alta tecnología ('rocket science') sino que solo requiere respeto y aprecio por los moradores y la cultura del mundo rural, incorporar las nuevas tecnologías como refuerzo y nunca sustitutivamente y muchas dosis de gradualidad, persuasión y pragmatismo. Justo lo contrario del dogmatismo de una ínfima minoría que hemos venido sufriendo y que si no se corrige puede acarrear consecuencias dramáticas. Cuando quienes apagan los incendios no nos piden más aviones, sino que gestionemos el territorio, solo por respeto al riesgo en que por defendernos a todos incurren deberemos tomarnos en serio su advertencia.

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